Matutino Andino, Cangrejeando Conmigo Mismo (7)

Después de cuatro horas de tirar llantas y bordear el río Cauca intrépido, pantanoso y adentrarme en las llanuras y colinas con olor a café verde y mirar en cada patio de las casas campesinas el grano puesto al sol, llegué a Andes; ciudad hidalga de raza Katia y costumbres Paisas arraigadas con una iglesia en el centro de la plaza enorme, adornada con sillas y mesas; son  los bares y cantinas que le dan vida con música de los traganíquel, a los que se les echaban monedas para que sonaran los discos que el parroquiano quisiera.

Un carretillero me lleva la caja que hacía las veces de maleta. A mi paso hacia el Liceo oía voces decir: «otro negro más”, sonreí y pensé ´esto no va a estar fácil´. Entré por el portón y mis paisanos que estaban allí me dieron la bienvenida.

Me entregaron un amplio dormitorio con camas alineadas de blancas sábanas, con maletas al frente y en orden. Me llamaron al almuerzo y esa fue mi rutina por cuatro años.

Me presentaron con tanta gente de color claro aindiados, se notaba la diferencia con los negros turbeños que hacía meses estaban allí. La hermandad afro era necesaria para poder sobrevivir y estudiar tranquilos ante queridos muchachos de otras costumbres, pronto me di cuenta de que no sería difícil pues los profesores y personal del servicio eran amables y con nuestra colaboración se notaba.

Formamos parte de la banda de guerra, éramos mayoría en el equipo de baloncesto, conformábamos la murga del colegio y poníamos a bailar a los lugareños. El mejor futbolista del once andino era el difunto «Mono Ciro», el mejor atleta su hermano Enrique Valenzuela, mientras que, Carlos Cantillo y Miguel Pérez hacían maravillas jugando baloncesto; Edilberto Gil era el rey de la media distancia, además el baturero de la banda quien hacia piquetes espectaculares con el bastón. Dimas y Servando no tenían mucha técnica, pero cuando se hacían a la pelota no se las quitaba nadie. Hubo alguien a quien no puedo mencionar que tenía un gancho efectivo de tres puntos, y este servidor no se quedaba lejos en los rebotes.

Juan Ramos Córdoba, se dio el lujo de ser cinco en todo hasta que se graduó, la colonia turbeña éramos necesarios; le dábamos vida multicolor y de sabor a un pueblo donde los días pasaban sin ninguna novedad. De lunes a sábado todo era rutinario darle vuelta a la plaza, admirar a las niñas hermosas enruanadas por el frío, sentarse en una mesa de la plaza a tomar tinto o perico (café con leche), y admirar a los chicos acomodados disfrutar de las cervezas y la compañía de bellas damas de ese agradable lugar.

El domingo la plaza se llenaba de toldos blancos donde vendían los productos del campo por los mismos campesinos vestidos de ruanas, peinillas al cinto oyendo rancheras y tomando cerveza al clima, hasta que regresaran a sus veredas. En el pueblo se imponía la palabra del cura; pues a las doce del día en punto sonaban las campanas y todo el mundo se ponía de pie y hacían un silencio total.

Andes, es un pueblo ameno, culto, firme en sus costumbres, nos quiso y lo quisimos. Andes es el único pueblo donde viví y no tuve novia, no porque no le gustara a ninguna, sino que era muy difícil para una niña de esa época cuadrarse con un negro, cuando el racismo era tan fuerte, de hecho, hubo una que me daba “Últimas” al doblar la esquina, costumbres de allá cuando el macho le gustaba, no le culpo su cobardía.

Andes es un pueblo fácil de querer, donde la neblina se tragaba al pueblo en la madrugada. A Gilma y Matilde Restrepo Tobón, gratitud eterna, allá hice hasta cuarto de Bachillerato y me fui a Frontino; pues quise ser maestro.

Rocosa: Jamás digas que mucha gente no hace nada por su pueblo, el hecho de vivir allí, votar como ciudadano, trabajar y compartir es hacer; no solo los de la farándula brillan en el desarrollo del lugar, todos somos importantes, Roco.

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