Matutino de Amor por Turbo, Cangrejeando Conmigo Mismo (3)

Por: Rafael Abelardo Romaña-ROCO

Como semilla que cae de un árbol frondoso en el río más caudaloso del mundo inicia el recorrido de mi vida,  entre bellos atardeceres donde los peces te saludan con alegría, y en hermosos amaneceres el variopinto color de los plumajes de las aves ariscas tapan el sol, donde al pasar por los encantadores caseríos vislumbras unos ojos negros inquisidores, empotrados en un piel negra y dentadura blanca que te sonríen con la calma y libertad que les ofrece la historia después que sus ancestros en lucha titánica contra los invasores quienes confundieron la dignidad humana con la docilidad animal.

Entre hondas pródigo mi viaje con el sonido silvestre de las fieras que saludan desde la rivera hasta llegar al mar. El mar de mis amores, donde siento el olor a marisco y sal, donde la montaña me saluda desde su tímida neblina.

En brazos de mis padres salto a calles desconocidas y me alojan en una casa de madera, techo de zinc, amplia cocina de la que brota olor a café colado por las manos laboriosas de mi abuela Victoria; quien desde ese momento se convirtió en cómplice y alcahueta de mis travesuras por el resto de su vida.

A la mañana siguiente de mi llegada me asomo por la ventana para otear como gato celoso mi nuevo entorno, estoy en el barrio Cacó, una aldea de pescadores hermosa y acogedora llamada Turbo; nombre que penetra mi siquis y epidermis como un eterno bálsamo de afecto que se incrusta en mi alma eternamente.

Yo negrito gracioso, de pelos ensortijado, boca colorá, ojos claros, cuerpo ágil y continua sonrisa de placer al sentirme protegido por mi hermana Cuqui; ángel guardián hasta hoy.

Me asomó de nuevo por la ventana y me encontré con la mirada fija y fuerte de un niño de tres años; mi misma edad, me miró como perro retador que cuida su territorio. Es moreno claro, de pelo liso, sonrisa de medio lado como guerrero, de cuerpo delgado pero fuerte, como quien se toma la avena Quakers. Me regala una sonrisa simpática de niño bien parecido resultado genético de sus padres, mujer blanca con un negro.

 Nos saludamos con el idioma misterioso de los niños y por química nació una amistad que duró hasta el día de su prematura muerte y como cosas raras del destino nuestras madres nacieron en Riosucio a orilla del majestuoso Atrato, fueron vecinas desde niñas (en paz descansen Libia y Ludovina), ese niño se llamó Miguel Ángel Pérez de los Ríos, con quien recorrí todos los huequitos de nuestro amado Turbo, en donde agarrados del espíritu domamos al mundo con nuestra alegría y coraje…

En este pueblo amado nací por segunda vez, amando a su gente, admirando sus bellas mujeres, saboreando su sazón, orgulloso de sus costumbres e idiosincrasia y bailando un sabroso bullerengue. Espero reposar mis restos en este terruño que adoro, cuando mi amigo Chucho diga que se acabó el recreo.

Rocosa: la calidad es innata, pero los triunfos personales que nos dan vida como patria deben ser alimentados por el Estado en su sagrado deber constitucional de tener hijos sanos, fuertes y apoyados en mente y cuerpo que permita vivir dignamente.

Con cariño continuará la saga, por hoy la dejo ahí. Roco🙏🫵✍️.

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